14 de julio de 2023
Mi crítica de Marx

Voy a exponer aquí mi visión del pensamiento económico de Marx y a reflexionar sobre su legado político en la actualidad. Yo no me considero un marxista en el sentido político, pero sí en el sentido económico. En mi artículo sobre las teorías de Adam Smith ya expuse las contradicciones que, para mí, tiene el modelo liberal, y eso ha de llevarme necesariamente a Marx.

Me voy a basar únicamente en El capital, porque el Manifiesto comunista me parece un texto más político que analítico. He usado el resumen de Juan Bautista Bergua en la versión para Kindle, porque el texto original de Marx me parece intragable. Si Juan Bautista Bergua ha dejado fuera algo importante, yo me lo habré perdido, aunque no lo creo.

El capital tiene, para mí, dos orientaciones muy distintas: por un lado hay un análisis pretendidamente científico de la macroeconomía, con razonamientos más bien rígidos y abundantes falacias, que carece hoy de valor, y por otro está la "percepción cruda de la red social" (como dicen los ummitas), la capacidad de Marx para ver las fuerzas de manipulación y persuasión que ha usado el liberalismo para reproducir el modelo feudal sin usar ni la religión ni la fuerza.

La visión mecanicista:

Marx quiere analizar la economía como un mecano, explicar el movimiento de cada engranaje y con ello demostrar que hay una contradicción interna entre las ideas liberales y su funcionamiento.

La primera esfera de interés de Marx es el trabajo, entendido como fuerza, casi como energía a un nivel físico. A mediados del siglo XIX, quitando la máquina de vapor, todavía la práctica totalidad de la energía empleada en la industria provenía del músculo humano. En cualquier caso, Marx sí que reconoce la cualificación del trabajo y el diferente valor que tiene cada hora según el conocimiento o la destreza aplicados. Esto ya lo había explicado muy bien Adam Smith, el trabajo se compone de tiempo, destreza y dureza. Lo que Marx aporta es una concepción distinta, y completamente errónea, del producto industrial. Dice que un producto sólo es la fuerza de trabajo empleada en producirlo. Esto es completamente falso porque, como ya expliqué en el artículo sobre Adam Smith, la producción de bienes o servicios tiene tres partes necesarias que cualquiera puede comprender: inteligencia, riesgo y trabajo.

Cuando hablo de inteligencia me refiero a la capacidad de un individuo para imaginarse lo que va a ocurrir si se pone un determinado capital en riesgo y se aplica una cantidad determinada de trabajo más o menos cualificado. Esa hipótesis previa debe incluir, como mínimo, una disposición de medios viable a un determinado precio y una demanda potencial a ese mismo precio. Esto no puede aportarlo la cualificación de un trabajador, porque se trata de un problema único que sólo puede solucionarse mediante la creatividad, es algo que no se puede enseñar. El mismo Marx reconoce que para ser útil una fuerza de trabajo debe concretarse en valores de uso, pero considera el valor de uso como algo obvio, cuando esto dista mucho de la realidad porque implicaría que todo negocio en el que se pusiese un capital debería funcionar, no existirían apenas negocios fallidos. El valor de uso real de un producto que aún no existe debe incluirse en la hipótesis inicial del negocio, considerando la existencia de otros productos similares, la dificultad que van a tener las imitaciones y muchos otros factores que Marx ignora completamente. Steve Jobs lo explicó una vez de manera muy clara: el buen negocio se basa en saber lo que a la gente le va a gustar antes de que ellos mismos lo sepan.

Lo que llamo riesgo es la parte de trabajo o capital que debe emplearse sin saber si habrá una rentabilidad. En los negocios pequeños, es normal que la inteligencia y el riesgo los ponga la misma persona, pero en los negocios grandes estas funciones se pueden especializar. Marx menciona muchas veces la ventaja que le da al capitalista el adelantar capital para producir con él, pero no menciona el riesgo que se ha asumido. Si Marx analiza una empresa que va bien, verá que el capital empleado rinde del 10% al 20% en la mayoría de casos, pero si se fija en la media de las inversiones verá que el rendimiento en muchos casos es negativo. La capacidad para asignar capital se basa en la gestión de ese riesgo, y eso se debe remunerar, como ya explicó Adam Smith, y no se comprende que Marx se empeñe en ignorarlo.

Y luego queda la parte del trabajo, que es necesaria y muy importante, pero en ningún caso la única. El trabajo es para mí aquella actividad que contribuye a producir un bien o un servicio de manera cierta aplicando unos conocimientos o un esfuerzo físico a lo largo de un tiempo y con una intensidad determinada. El trabajo se puede remunerar por periodos de tiempo o midiendo la productividad, pero debe ser replicable por cualquiera que tenga los conocimientos técnicos requeridos. En el caso de la función directiva, vemos que ese profesional debe aportar una parte de inteligencia y otra de trabajo, lo que hace que su remuneración normalmente tenga un fijo y un variable. Si el trabajador no toma decisiones que puedan afectar a la marcha del negocio, entonces su remuneración debe ser fija, salvo que lo estén engañando.

De modo que cuando Marx afirma que "el valor de una mercancía está determinado por la cantidad de trabajo que contiene" está equivocándose, en mi opinión.

Otra de las reflexiones de Marx gira en torno al valor intrínseco del dinero. Aquí equipara la moneda de curso legal con el oro y le da al oro el valor del trabajo empleado en producirlo. Comete aquí un error sobre el otro error.

En primer lugar, las monedas han tendido a ser siempre fiduciarias, salvo cuando se las ha querido dotar de un respaldo especial, por ejemplo en el caso de monedas de nueva creación o que han pasado por periodos inflacionarios graves. No voy a detenerme aquí en explicar el absurdo del patrón oro, esto ya lo he explicado en otros artículos, pero se ha comprobado que los denarios, los sestercios y los dupondios romanos no tenían la cantidad de metal precioso que se atribuía a su valor nominal, el SPQR iba añadiendo metales de menor valor con la esperanza de financiarse con la diferencia, por lo que eran monedas fiduciarias, y como toda moneda fiduciaria acabaron perdiendo su valor.

En cuanto al oro, es obvio que su valor nada tiene que ver con el trabajo empleado en producirlo. Marx ignora que cada mina de oro tiene unos costes de producción completamente distintos, aunque el valor del oro en el mercado es homogéneo y está marcado por el London Metal Exchange. Hay minas que pueden producir una onza de oro por $200 y otras que deben emplear $2.000, la media suele rondar los $1.000, cuando el precio spot del oro mientras escribo esto es de $1.925. El valor del oro depende de la oferta y la demanda. La oferta está controlada por los productores y la demanda viene motivada por la escasez de la oferta, tanto en el uso en joyería como en los lingotes que se almacenan en cámaras acorazadas.

Lo que viene Marx a decir es que "el valor de cambio no es más que la manera social de computar el trabajo invertido en un objeto", es decir, que las cosas no valen por sí mismas, sino por el trabajo que se ha puesto en ellas. No se contempla en esta opinión ni la escasez de activos no replicables (materias primas, suelo, licencias de taxi), ni el cambio imprevisto en el valor de uso (mascarillas en la pandemia), ni el uso como reserva de valor, ni la fuerza de la marca. Realmente, la afirmación de Marx en este aspecto es completamente absurda, el coste de producción de un bien y su precio en el mercado son dos cosas completamente distintas. Discrepo de la idea de asignar "valor intrínseco" a las cosas, es claro que cada comprador tiene unas motivaciones y un poder adquisitivo distintos, es decir, que hay tantos valores de uso para un producto como personas interesadas en comprarlo, y es la media de esos valores de uso percibidos, expresados monetariamente, lo que determina la demanda a un precio en un momento dado. Ése es el único valor intrínseco demostrable, lo demás son entelequias.

Marx habla luego de la circulación de la moneda y dice que la velocidad del dinero "suple su cantidad", lo cual es cierto. Los precios nominales los ponen dos variables: la masa monetaria y su velocidad.

Aquí hay que volver a señalar que, al igual que le ocurría a Adam Smith, Marx ignora completamente el multiplicador bancario y la diferencia entre lo que hoy llamamos M1, M2 y M3. Esto hace que toda su argumentación macroeconómica carezca de valor, como explicaré un poco más abajo.

La distinción entre dinero y capital es algo más subjetiva, Marx entiende que cambiar mercancías por dinero y automáticamente cambiar el dinero por otras mercancías no produce capital, son intercambios legítimos, pero si se cambia dinero por mercancía y luego esa mercancía por dinero, entonces se está componiendo capital, y ahí hay una actuación ilegítima. Por tanto, la definición de Marx de capital es la de una masa monetaria destinada a seguir siempre siendo masa monetaria creciente mediante transacciones especulativas basadas en el trabajo ajeno o el valor de cambio de las mercancías. Y ahí indica: el valor de uso tiende a disminuir por la satisfacción de esa necesidad, pero el valor de cambio no tiene límite.

La parte más controvertida de Marx es la llamada plusvalía. Ahí se han centrado sus críticos, como por ejemplo Antonio Escohotado, argumentando que Marx usaba el concepto de plusvalía como un comodín más bien ambiguo. Yo no creo que esto sea así, probablemente el problema venga cuando pensadores o filósofos sin conocimientos económicos entren a valorar un texto que, a pesar de su gran relevancia política y social, es puramente económico.

Según el Registro Mercantil, la plusvalía es la parte de más abajo de un balance, denominada "beneficio atribuible al accionista". Según Marx, la plusvalía es la parte del trabajo del proletario que el capitalista ha robado. Pero las dos cifras son la misma, es lo que queda de la facturación del negocio después de pagar las materias primas, los costes inmobiliarios, la amortización del inmovilizado, los servicios que otras empresas prestan, la inversión en desarrollo de nuevos productos, los impuestos, el trabajo y cualquier otro gasto necesario para que el negocio se mantenga o crezca. Como Marx ignora completamente el valor de la inteligencia y el riesgo, entiende que ni el señor que montó y sacó adelante la empresa, ni el accionista que aportó su capital tienen derecho a remuneración, lo que invalidaría la empresa privada como forma de producción.

Para poder demostrar esto, Marx asigna un valor intrínseco a la fuerza de trabajo, que sería el coste de producirla en cuanto a alimentación, ropa, cuidado de sus hijos, educación y todo el coste de la vida según el estándar de ese país.

Al momento de tener beneficio una empresa, Marx entiende que el capital ha producido más capital mediante la absorción del dinero que los clientes han ido aportando, lo que hace que la masa monetaria se vaya acumulando en pocas manos y se frene su velocidad. Ahí sí que tengo que darle totalmente la razón, ése es el punto en el que Adam Smith se equivocó. El capital tiende a concentrarse, y las estrategias del Estado para crear nueva masa monetaria o captarla mediante los impuestos para redistribuirla son sólo parches en un sistema que tiene esa querencia como una ley física.

Marx diferencia entre capital constante y capital variable. El capital constante es el inmovilizado de la empresa, el variable sería la fuerza de trabajo, que reproduce su valor en el producto final y un poco más, que es la plusvalía. No entiendo cómo puede la fuerza de trabajo ser un "capital", es decir, un activo de la empresa, salvo que los trabajadores hayan firmado contratos de trabajo con vinculación obligatoria de cara al futuro. Parece más lógica la consideración del trabajo como una materia prima o, como eufemísticamente se le llama ahora, un "coste laboral". El empleado adelanta trabajo normalmente durante una semana o un mes antes de cobrar, y esto tendría la consideración de un crédito, es decir, un activo que a su vez genera un pasivo de igual cantidad, pero el volumen de ese crédito es casi irrelevante, podemos considerar a efectos prácticos que la empresa paga por el trabajo en tiempo real y se beneficia de su productividad directa, no de su rendimiento como activo. Marx insiste en que el beneficio de la empresa surge del trabajo, aunque sí que reconoce que hay un segundo tipo de plusvalía que está relacionado con el aumento del capital por el mismo capital, es decir, actuaciones especulativas por parte de la empresa o la revalorización del inmovilizado o del capital circulante.

Se pone luego Marx a discutir cuánto gana realmente el empresario, entiendo que porque en aquellos tiempos no había una contabilidad pública como la que tenemos hoy en el Registro Mercantil. Habla de que la extracción de plusvalía comienza ya desde la materia prima, habría varias plusvalías aplicadas al producto final. Esto no es cierto, porque cada plusvalía ha sido producida por un trabajo distinto, hay varias plusvalías como hay varias fuerzas de trabajo aplicadas y cobradas por los obreros.

La capacidad para extraer la plusvalía se originaría, entonces, en la ventaja de la posesión de los medios de producción, en haber podido adelantar capital. Esto es cierto en parte, porque ya hemos visto que hay otra parte que Marx no quiere reconocer.

Marx cuestiona a Adam Smith, que definió el capital como la facultad de disponer del trabajo de otro, y matiza: el capital lo que da es la facultad de disponer del trabajo de otro y no pagarlo, porque toda la plusvalía es la parte del trabajo del obrero que no se le va a pagar.

Insiste luego Marx en que el interés compuesto, el continuo crecimiento retroalimentado de las masas de capital, junto con las fusiones y adquisiciones para ganar eficiencia, acabarán concentrando la producción en pocas manos, incluso a nivel teórico piensa que toda la economía puede acabar en manos de una sola persona. No es totalmente así, porque antes de llegar todo a manos de una sola persona se forma un cártel por el que se deja de competir, y ésa es la situación que nos encontramos en 2023 en casi todos los sectores.

La concepción del ciclo económico de Marx es otro de sus grandes errores: achaca las crisis cíclicas a la sobreproducción industrial, ignorando completamente la dinámica del crédito y la masa monetaria. Piensa que ese supuesto exceso de producción se debe al desarrollo tecnológico y al capital ya acumulado, que hace variar las necesidades de fuerza de trabajo con el tiempo. No es que me vaya a detener a debatir este aspecto, que está muy claro, pero sí que hay aquí un buen ejemplo de que ese razonamiento por el que la mayor automatización industrial debe producir desempleo y reducción de la masa laboral a largo plazo se viene arrastrando desde hace varios siglos y nunca ha tenido el menor sentido, porque la producción más barata lo que crea son unos excedentes de rentas en los consumidores que emplean en otros bienes o servicios que se van inventando, nunca hay un límite en la cantidad de cosas por las que deseamos pagar, siempre estamos interesados en que alguien haga algo por nosotros.

Su percepción de la sociedad:

La parte en la que Marx refuta el capitalismo no es la del análisis rígido, racional, hegeliano, sino la de la denuncia de las redes de persuasión y engaño que los liberales han ido tejiendo para reproducir los estamentos medievales en un mundo llamado libre e igualitario.

Lo primero que Marx hace ver es que entre alguien obligado a trabajar coercitivamente por el derecho que otro tiene sobre él como persona y alguien formalmente libre pero obligado a trabajar por la pura supervivencia no hay ninguna diferencia real. Si el dueño del esclavo está obligado a sufragar su manutención y el empresario no está obligado a nada más que prestar un salario que apenas llega para esa manutención, poca diferencia hay entre uno y otro, especialmente teniendo en cuenta que las jornadas de las fábricas en tiempos de Marx se alargaban prácticamente durante todo el tiempo de vigilia del trabajador, salvo el imprescindible para comer y lavarse. De hecho, es posible que el empresario pueda incluso explotar más a su trabajador que a un esclavo si introduce la remuneración a destajo.

Presupone Marx que el patrón de la fábrica va a pagar siempre como mínimo lo necesario para la subsistencia del obrero, pero esto en estados más avanzados del capitalismo se ha visto que no es así. En EEUU alrededor del 12% de los hogares recibe cupones de comida porque sus salarios han bajado ya por debajo del mínimo de subsistencia, ahí es donde se ha introducido una nueva variable, que es el saqueo indirecto de las cuentas públicas.

La otra cuestión clave del capitalismo, y que Marx detecta correctamente, es que el beneficio del accionista es lo que queda después de haber pagado el trabajo, por lo que el interés del capitalista siempre está en reducir ese coste, y para ello puede aumentar la automatización o formar mejor a los empleados, pero puede también fabricar toda una serie de falacias para pasarlas por los medios de comunicación o las universidades destinadas a la persuasión de los dirigentes políticos y los mismos trabajadores para aumentar de cualquier manera la oferta de mano de obra o las horas trabajadas por día. En tiempos de Marx, no había regulación alguna sobre la duración de la jornada laboral, ahora la hay pero en muchos casos no se cumple y en otros se usan figuras como la del falso autónomo para evitar el control.

Marx lo deja muy claro: el interés del empresario es rebajar los salarios, sin pensar en lo que pase después. Carecen de valor sus argumentaciones acerca de la creación de más puestos de trabajo si se permite infrarremunerar los actuales, o el dinamismo empresarial que producirá el despido libre, la realidad es que esto lo dicen porque quieren ganar más dinero a corto plazo, nada más.

El capitalista ve la mano de obra como un recurso renovable, no como un activo de su propiedad, y por ese motivo se despreocupa de los accidentes laborales o el acortamiento de la vida por las duras condiciones. El tener a los niños trabajando fue también el mejor incentivo para la reproducción, dado que los obreros necesitaban los salarios de sus hijos para completar los ingresos del núcleo familiar, y eso aseguraba la abundancia y la renovación continua del recurso.

Marx se da cuenta también de que el capitalismo no tiene a nadie al timón, es una carrera cortoplacista de explotación para la producción, nadie sabe lo que pasará después.

Otra de las cosas que explica Marx es la forma en la que el capitalismo se implantó. En el mundo rural medieval no había interés en trabajar en fábricas, las familias generalmente explotaban parcelas agrícolas y producían sus propios alimentos, pero a partir del siglo XVIII los altos salarios llamaron a parte de esa población rural hacia los núcleos urbanos y crearon en ella nuevas necesidades, por lo que las parcelas se fueron abandonando y la propiedad agrícola se fue concentrando. Una vez que el minifundio dejó de ser rentable y el aluvión de mano de obra fluyó hacia los cinturones industriales, los salarios se fueron rebajando hasta llegar a las condiciones de esclavitud.

La cuestión clave del capitalismo es el llamado mercado de trabajo. Marx entiende que no hay tal mercado, lo que hay es una parte mayoritaria de la sociedad que necesita emplearse para comer cada día y otra parte minoritaria que posee los medios de producción y no tiene una necesidad tan perentoria ni de contratar ni de competir por la contratación. El capitalista, aparte de las múltiples estrategias que usa para aumentar la oferta de mano de obra, establece de manera tácita un cártel con los otros contratadores, como ya había avisado incluso Adam Smith. Marx se fija sobre todo en la propiedad de los medios de producción, que no son ya herramientas del trabajador sino medios de absorción del trabajo ajeno, porque su complejidad ha ido creciendo. Entonces, el trabajador se convierte en una herramienta de esos medios. La capacidad de negociación del precio de la fuerza de trabajo es casi nula para el trabajador, sobre todo si negocia individualmente y no se sindica.

En la cuarta parte del libro, Marx plantea una distinción entre la plusvalía absoluta (la simple prolongación de la jornada laboral) y relativa (el aumento de la productividad por cada hora). La plusvalía relativa depende mucho del tamaño del equipo de trabajo, es mucho más eficiente un equipo grande, y esto implica una mayor especialización del obrero, lo que acarrea varias consecuencias. En primer lugar, su capacidad para negociar el salario es aún menor, porque ya no puede establecerse por su cuenta tan fácilmente. En segundo lugar, desarrolla una dependencia de su instrumento de trabajo, en el que está adiestrado y que no puede comprar porque cada vez es más caro y complejo. Esto le da al capitalismo una mayor vileza, el mundo amable de los artesanos y el asociacionismo de los antiguos gremios va desapareciendo.

El uso de máquinas aumenta exponencialmente el rendimiento de la fuerza de trabajo, pero eso no se traduce en un aumento del precio de la mano de obra, por lo que la plusvalía relativa aumenta mucho. Al obrero se le sigue pagando por su subsistencia, no por su parte de rentabilidad.

Marx hace otra crítica hacia un tipo de asalariado que ha tomado funciones directivas, porque es el que propicia que la clase trabajadora se explote a sí misma y el capitalista no tenga ya ni que hablar con los empleados, puede actuar desde la sombra sin dar cuentas a nadie.

Obviamente, el mayor miedo del capitalista es que el asalariado sea consciente de su fuerza colectiva, porque esa fuerza la quiere para seguir enriqueciéndose él. Si el obrero consigue ver esto y asociarse, el poder negociador puede cambiar de lado. Para Marx, la negociación individual de los contratos es un paripé. Si se considera de modo colectivo el funcionamiento del capitalismo, se ve que hay una clase social opresora y otra clase oprimida que vive simplemente en la esclavitud.

Todas estas situaciones que Marx describe son completamente ciertas y aún persisten a día de hoy, envueltas convenientemente en el azúcar refinado del "emprendimiento", las estártap tecnológicas, la mitología del triunfador que adquiere algún símbolo de estatus a crédito, el empoderamiento femenino, las luchas generacionales, estrategias que se inoculan en medios de comunicación y ficciones audiovisuales para crear división e individualismo en la clase obrera.

Una versión de lo anterior son también las burbujas bursátiles, por las que el capitalista, con mejor información y asesoramiento, va distribuyendo parte de sus activos en los momentos altos del ciclo para luego volver a acumularlos en las deflaciones y las crisis, lo que le permite impedir que el trabajador pueda nunca componer su ahorro y salir de su situación.

Otra cuestión que Marx aún no puede ver es el endeudamiento del proletariado. Las hipotecas son muy del gusto del capitalista, porque le permiten colocar su capital y participar en segunda ronda del rendimiento del trabajo. Es frecuente que los partidos liberales establezcan deducciones de impuestos por los pagos hipotecarios, induciendo de paso el déficit de las cuentas públicas. En EEUU también se ha endeudado masivamente a los jóvenes para que puedan pagarse unos estudios universitarios de baja calidad y muy inflados de precio.

Todo este círculo vicioso de trabajo, consumo, deuda lo describe muy bien Robert Kiyosaki en su libro Padre rico, padre pobre con el nombre de "carrera de la rata". Aunque la solución que plantea Kiyosaki a este problema es individualista, su visión del capitalismo actual es certera y actualiza lo que había expuesto Marx.

La otra cuestión clave es la manipulación de la masa laboral. El capitalismo se ha vendido a la población como un sistema eficiente de producción basado en innovaciones, investigaciones y desarrollos. Lo cierto es que el problema principal es conseguir mano de obra al precio más bajo posible. El desarrollo de las máquinas, ya a principios del siglo XIX, permitió el uso de mujeres y niños en la producción, alargar las jornadas de trabajo y poner turnos de noche, pero Marx hace notar que ese hecho no implicó un aumento real de los ingresos por hogar, sino que las remuneraciones se adaptaron inmediatamente al nivel de subsistencia, de modo que entre dos o tres proletarios pasaron a cobrar lo que antes uno, y además se dispuso de una masa laboral más dócil.

Actualmente, el trabajo infantil está prohibido, pero el trabajo femenino se defiende fervorosamente desde todas las instituciones como garantía de justicia, libertad y otros grandes principios. En España, en 2023, un matrimonio de trabajadores puede ingresar perfectamente 30.000-40.000€ anuales brutos y con ello pagar un piso de 80 metros, la electricidad, la comida, los dos coches y poco más. A duras penas se puede tener un hijo. Esta situación, de la que muchos comienzan ahora a ser conscientes, la avisó Marx en 1867.

La diferencia principal con el mundo del siglo XIX es que la supresión del trabajo infantil supone un fuerte freno demográfico y obliga al capitalismo a buscar mano de obra en otros países, y para ello ofrece servicios sanitarios y educativos, basados en el gran principio de la "universalidad", regularizaciones periódicas de los que han accedido al país ilegalmente, políticas de "integración" y toda una serie de conceptos éticos y morales incuestionables, derivados todos de una idea de "igualdad" que siempre se concreta en la multiplicación de la población activa, no en el reparto de la riqueza.

Pero Marx ya avisó de que esa globalización se iba a producir, dice literalmente que sin aranceles ni protección los salarios europeos deberán reducirse al nivel chino. Critica a los economistas liberales, que argumentan que el crecimiento del capitalismo creará una escasez de obreros y un aumento del precio del trabajo, dice que esto nunca sucederá porque se irá incorporando más masa laboral, induciendo al proletariado a reproducirse sin control, importando trabajadores de otros países o buscando cualquier otra estrategia antes de reducir las plusvalías.

Al capitalismo le interesa la formación técnica, por eso tiende a despreciar las Humanidades. El obrero es adiestrado para manejar una máquina dentro de una fábrica, está totalmente especializado y si lo apartan de esa máquina no sirve para nada. Marx habla de "seres humanos incompletos" que no llegan a desarrollar completamente su inteligencia.

El abandono de las Humanidades y su sustitución en la universidad por la ideología de género y la orientación exclusiva a la pedagogía es también parte de la estrategia de amansamiento y supresión del análisis crítico.

Podría aquí detenerme en esa vieja querella entre "los de ciencias" y "los de letras". De letras son los políticos, los jueces, los economistas, los periodistas, los intelectuales y la mayor parte de los catedráticos. Entonces, las letras mandan y las ciencias obedecen, el desprecio de las letras es un asalto al poder. Las oligarquías son de letras, piensan transversalmente, conocen la psicología y la sociología, manejan la manipulación, por eso no le temen a un ingeniero, al que compran fácilmente, le temen al intelectual tipo Marx que pueda ver sus estrategias desde fuera y denunciarlas, por eso inducen al desprestigio, la cancelación y la reducción al ostracismo de quien se salga del carril marcado. Ese tipo de ciudadano de inteligencia media-baja con el cerebro atiborrado de dogmas de igualdad, consumismo y odios es un ser alienado, usando la terminología marxista, no es él mismo.

El otro problema que ve Marx es que el capitalismo no es sólo un modo de producción sino un modelo de sociedad, se adapta la cultura e incluso la distribución demográfica a ese sistema, lo que hace muy difícil luego volver atrás. Hay una concentración de la población en ciudades, hay un urbanismo proletario en los cinturones industriales y hay una población más joven que ya no sabe cultivar la tierra ni sacrificar animales.

La gran arma capitalista, el mejor invento de control social, ha sido el paro. La capacidad para convertir a cualquier ser humano en un desecho social simplemente firmando un papel es un poder feudal que consigue la sumisión completa, de ahí que la estrategia capitalista haya tenido dos vertientes: por un lado aumentar la masa laboral y por el otro dificultar la vida del que no trabaje, clamando siempre en contra de los subsidios de desempleo.

En tiempos de Marx, la estupidez de Adam Smith y otros ilustrados les había llevado a pensar que el despido libre y la ausencia de cualquier otra protección llevaría a la subida de salarios y la capacidad de ahorro de los obreros. Esto no estaba sucediendo en absoluto, más bien al contrario, los salarios se habían abaratado aún más y se habían formado bolsas de marginalidad conformadas por obreros de mediana edad despedidos, o bien mutilados en accidentes laborales, enfermos, alcohólicos o simplemente personas con defectos de carácter que no interesaban. A esta parte desechada del sistema Marx la llamó lumpenproletariat. Hoy aún se puede ver a esta gente en las calles de las ciudades, se les llama eufemísticamente "personas sin hogar" y el capitalismo tiene buen cuidado de exponerlas públicamente, que estén a la vista de los trabajadores.

El mito de la "libre competencia" Marx no lo ve claro, él habla de una "acumulación primitiva" que arranca del Renacimiento, del saqueo de América, la esclavitud de los negros, las fortunas de la banca genovesa y las guerras geoestratégicas.

No sé si Marx había leído el poema "Poderoso caballero es don Dinero", de Quevedo, pero hay una estrofa que dice así:

Nace en las Indias honrado, donde el mundo le acompaña; viene a morir en España y es en Génova enterrado.
Ese dinero enterrado en Génova sería el que primeramente habría compuesto las masas de capital que financiaron y rentabilizaron el desarrollo industrial.

Para Marx, el capitalismo reproduce el feudalismo porque los medios de producción siguen monopolizados, y siempre lo estarán mientras se siga la dinámica del libre mercado.

Ese capitalismo primitivo tuvo tres pilares: el régimen colonial, las deudas públicas y el sistema proteccionista.

El régimen colonial se basó en monopolios concedidos por los estados que fueron medios poderosos de concentración de capital.

Me ha sorprendido que Marx señale el uso de la deuda pública para beneficio de las oligarquías, porque yo pensaba que era una estrategia más moderna, pero no, parece que esto siempre se ha hecho. El capitalista paga poco y manda al Estado usar el crédito para gastos necesarios para el sostenimiento de su mano de obra, sanidad y educación principalmente, y luego clama contra la deuda pública y exige recortes cuando lo considera conveniente.

El sistema proteccionista de aranceles protegió sobre todo a las oligarquías y sus medios de producción. Esa diferenciación entre la política y la economía no ha existido nunca, el Estado influye en la economía y la economía influye en el Estado, la teoría liberal del "estado mínimo" se ha aplicado frecuentemente como "estado débil" o "estado corrupto".

Históricamente, el capitalismo se impuso por la fuerza, se procuró dejar a los parados sin medio ninguno de subsistencia, se persiguió a los vagabundos, algunos de los cuales habían sido desahuciados por deudas, todo el sistema se diseñó para empujar a las personas a vender a cualquier precio su fuerza de trabajo. Esa dinámica aún persiste a día de hoy. Es el Estado el que impuso el capitalismo, no se derivó de ningún orden natural. Lo que se hizo fue despojar a los artesanos de los medios de producción para ponerlos de obreros en las fábricas, y esto se vendió como una victoria del pueblo.

Marx explica que la Revolución Francesa fue burguesa desde el principio, ya el 14 de junio de 1791 el estado francés ilegaliza la asociación de los obreros y la declara "atentatoria contra la libertad y contra la Declaración de los Derechos del Hombre".

Ese carácter "natural" del capitalismo, del que ya he hablado en varios artículos, es algo que aún argumentan algunos economistas. Para Marx, no hay tal, el capitalismo es tan artificial como cualquier otro sistema.

La situación de las colonias, con tierras abundantes y salarios altos, le parece a Marx que demuestra que, en una situación de abundancia de recursos y propiedad privada distribuida, la población no quiere ser obrera, y denuncia las estrategias del capital para crear paro allí. Podemos hoy saber que esas estrategias funcionaron bien y aún funcionan a día de hoy.

Marx acaba el libro vaticinando la llegada del comunismo y llama a la reacción violenta de los obreros y la lucha de clases. Unos años antes, había escrito el Manifiesto comunista junto a su camarada Engels, y la obra termina así:

Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.
El marxismo: Las ideas de Marx fueron probablemente las más influyentes del siglo XIX y determinaron los acontecimientos políticos del siglo XX. El clima revolucionario y la progresiva creación de la llamada "conciencia de clase" en España puede verse en la novela Aurora roja de Pío Baroja.

Las ideas de Marx no sólo inspiraron los distintos procesos revolucionarios netamente marxistas, como el de 1917 en Rusia o el iniciado en 1934 en España, sino que influyeron en las ideologías identitarias antiburguesas de entreguerras, es decir, el nazismo, el fascismo y Falange.

El problema de estas oleadas de violencia no fue llegar al poder sino dar forma a las ideas de Marx en un régimen político productivo y sostenible. Aún en vida de Marx, surgieron las propuestas de Bakunin y Koprotkin, que argumentaban que el estado no era más que una extensión del capital destinada a la opresión, si bien la que acabó triunfando cuatro décadas más tarde fue la propuesta de Lenin, que planteaba un estado fuerte con una severa limitación de la propiedad privada.

El llamado marxismo-leninismo se impuso en 1917 en Rusia y sus países satélite. La Unión Soviética llegó a contar con 15 países a partir de 1945 y además controló indirectamente Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Yugoslavia, Albania y la mitad de Alemania.

A partir de principios de los 70, la revolución maoísta va imponiéndose en China e implantando una dictadura muy similar a la soviética que aún persiste hasta el día de hoy.

Otros países que aún tienen regímenes comunistas son Corea del Norte, Cuba, Laos y Vietnam, aunque han sido decenas los que han tenido esta forma de gobierno en el último siglo.

El marxismo-leninismo asume todas las teorías de Marx, tanto las de análisis macroeconómico como las más sociológicas. Ya he dicho que, en mi opinión, las primeras son un error, las segundas no. Entonces, el resultado no ha sido claro. Por un lado, los regímenes comunistas han tenido un relativo éxito alcanzando y reteniendo el poder, por el otro han carecido de un apoyo popular completo y han fracasado a la hora de crear un bienestar real. Desde luego, no han mantenido las libertades de la democracia burguesa añadiendo la capacidad de consumo y ahorro que Marx demandaba, lo que ha ocurrido es que, en su afán de impedir la manipulación, estos regímenes han suprimido la libertad de expresión y han ido convirtiendo a la población en una masa pasiva e ignorante, incluso improductiva.

El marxismo-leninismo prácticamente suprime la empresa privada y no se preocupa de aportar ni inteligencia ni riesgo a las actividades económicas, lo que deriva en mediocridad, ineficiencia y falta de innovación. Tampoco se ha remunerado bien el trabajo, porque se ha tendido a igualar por la base, lo que ha desincentivado a los trabajadores más productivos.

Hay que decir también que actualmente China sí que está afrontando correctamente estos tres problemas y su pujanza puede cuestionar de manera muy importante el capitalismo clásico.

En cualquier caso, el marxismo-leninismo hoy no lo defiende casi nadie, los países que aún lo usan son regímenes autosostenidos que la población soporta como puede.

Cuestión muy distinta es la llamada socialdemocracia. Aunque las raíces de esta ideología están en el siglo XIX, lo que yo entiendo por socialdemocracia es el llamado "estado del bienestar" y las políticas socialistas que arrancan del fin de la II Guerra Mundial y que no cuestionan ya el capitalismo. Hay en la socialdemocracia actual un abandono total del marxismo y su defensa del obrero se produce mediante una especie de caridad cristiana o principio de justicia que se expresa únicamente en la transferencia de rentas dentro de una economía más bien desregulada. Al ser esta ideología un cristianismo laico, el capital ha aprendido a manipularla fácilmente y la ha usado para seguir aumentando la oferta de mano de obra mediante la defensa del inmigrante como persona pobre y sin recursos que necesita ayuda. Igualmente, la socialdemocracia ha caído de lleno en el feminismo, que no ha conseguido realmente mucho más para las mujeres que ponerlas a trabajar, sin que se haya ni tan siquiera regulado su salario o su derecho a criar a sus hijos.

La socialdemocracia ha sido muy útil para lo que yo llamo el mundo de Reagan, el neoliberalismo que arranca de los años 80 y que está dando hoy sus últimos coletazos. No ha habido una ideología, ni de izquierdas ni de derechas, que haya contribuido más a la bajada de salarios.

La base intelectual de la socialdemocracia es completamente endeble, se sustituyó a Marx por Jean Paul Sartre y la corriente derivada de aquel Mayo del 68, es decir, por nada, por imposturas intelectuales, un pseudomonoteísmo pacifista y dócil que fue cohibiendo a los obreros, que se desmovilizaron, abandonaron los sindicatos y se confundieron entre los estímulos audiovisuales y las exiguas ayudas públicas. La mejoría económica de los años 80 y 90 se desmoronó a principios del siglo XXI y el fraude salió a la luz: todas las ayudas recibidas no eran más que deuda pública, la acumulación de capital había seguido su curso y el futuro de los jóvenes era la precariedad y la completa sumisión.

La socialdemocracia no es marxismo ni tiene nada que ver con Marx, es un engaño, un espejismo que no lleva a ninguna parte. La democracia burguesa necesita dos bandos falsamente enfrentados, uno más amable y el otro más duro, para al final dejar la cosa en medio, que es lo que realmente se buscaba. No interesa un obrero totalmente depauperado, porque debe consumir y hacer facturar los negocios, las necesidades más básicas han quedado atrás hace mucho tiempo y es el consumismo lo que realmente se busca. Esto va a dar grandes problemas medioambientales y privaciones en las próximas décadas, pero el capitalismo no tiene un plan, simplemente avanza allí por donde le es posible, aunque sea un callejón sin salida. La realidad es que, sin el continuo crecimiento de la deuda pública y su refinanciación con dinero fiduciario sin respaldo, la socialdemocracia es imposible, lo que llevará a una grave devaluación de las monedas y una crisis de todo el sistema. Ahí se acabará el juego.

Hace falta una actualización de Marx, un sistema que no parchee lo que ha funcionado siempre mal y que no se base en falacias o en el simple desconocimiento de la economía. Ese sistema va a tener, necesariamente, que enmarcarse en la sostenibilidad medioambiental, y esto obliga a trabajar con un plan y un estudio previo de las cosas. Defiendo un estado fuerte y cohesionado, pero no limitante ni restrictivo, la libertad debe preservarse con tanto énfasis o más que la igualdad. En los próximos años vamos a enfrentar otra vez inestabilidad social provocada por el nuevo proletariado extranjero, los hijos de la inmigración que empiezan a ver defraudada la promesa de integración y que simplemente están pagando el error de sus padres de haber creído en los cantos de sirena liberales a la hora de abandonar sus países de origen y ofrecerse como mano de obra barata en los países más ricos. Marx, o algo parecido a Marx, volverá a la escena y probablemente vuelva a correr la sangre, y para prepararse es necesario ir emprendiendo ya las reformas.

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© A. Noguera